De lo circunstancial o lo efímero [E]->[D]

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    rollido
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      Hola a todos,

      Cómo=falsch; nur: Os gustaría leer un texto de Augusto Monterroso? Lo que podéis leer más abajo es el contenido del cuento que quisiera poner aquí para traducirlo al alemán, con vosotros.
      Augusto Monterroso (Tegucigalpa Honduras, 21 de diciembre de 1921 – México D.F., 7 de febrero de 2003) es un escritor guatemalteco, conocido por sus colecciones de relatos breves e hiperbreves.
      Para conseguir mas información sobre él, haz cliq aqui http://es.wikipedia.org/wiki/Augusto_Monterroso

      Augusto Monterroso
      El cuento “De lo circunstancial y lo efímero” (Von Belanglosem oder Beiläufigem) recogido en el libro de ensayos varios La palabra mágica (1983), donde un hombre ha ganado un concurso de cuentos cuyo premio era un automóvil. Este cuento apunta hacia la inutilidad de la vida y de la literatura. Ni el cuentista ni su esposa saben manejar,(lat.am. für ‘autofahren’) por tanto el automóvil es un poco inútil para ellos. La esposa lo quiere porque es un símbolo de prestigio, el hombre lo rechaza porque asegura que lo único que le importa es escribir. Aquí estamos ante un caso de falta de autenticidad. Ninguno de los dos en realidad cree, desea o confía en lo que está diciendo. Ambos actúan impelidos por lo que creen que deberían decir y hacer en ese momento. Aparentemente, hasta el premio literario resulta ser espurio, falso. En este mundo de falsedades, de laconismos, nada es comprometedor. Después de conversar y tomarse dos tragos de ron, la pareja se va a la cama, hacen el amor y se duermen. He aquí la esencia del cuento, su minimalismo. Hacemos las cosas que la gente espera que hagamos, en el momento en que se supone que las debemos hacer. Cada entrada y cada salida marcada por una expectativa, por una tradición. Así, la frase: “Para mí lo más importante es haber escrito el cuento y haberlo enviado al concurso aunque perdiera” (1995: 174) debemos interpretarla por su contrario. Cada frase del cuento apunta hacia otro lado. Cuando la mujer dice “No lo puedo creer” es que lo cree fielmente, y cuando asegura que tampoco ella quiere el coche, ve a sus amistades caminando por Reforma, mientras ella saluda con una mano desde el coche en movimiento. Las palabras son verdaderas pero las intenciones son falsas. Monterroso no predica la autenticidad de la literatura, por el contrario, dice y repite que la literatura es inservible, que hay que ser vago, perezoso o loco para dedicarse a ella, pero que está basada en el lenguaje, que sí es verdadero, que está compuesto de letras y palabras, de símbolos y signos. Compuesto de letras que, combinadas según algunas reglas propias de cada lenguaje, nos dan las palabras, los significantes que a su vez crean la ilusión de la significación. Veo que aquí es pertinente preguntarse por la presencia de esas significaciones en el lenguaje. Para nosotros, lectores de principios del tercer milenio, el problema del lenguaje y su significación nos remite inmediatamente a la metafísica de presencia. ¿De qué forma logra significar ese lenguaje, que en sí no contiene sino rasgos o trazas de los significados?

      Aquí empieza el cuento:

      De lo circunstancial o lo efímero
      Desde el primer momento, cuando lo vio entrar, supo de qué se trataba; pero de todos modos tenía que permitir que fuera él quien se lo dijera. Entonces, con un papel en la mano, él le informó:
      –Me lo gané.
      –¿Qué cosa? –respondió ella perseverando en dejar entender que no imaginaba nada. Vocacionalmente buena, sabía que con su actitud expectante le proporcionaba una alegría extra.

      Und weiter geht’s mit einem winzig kleinen Satz.:

      😆

      Por supuesto él sabía que su mujer sabía; pero estaba seguro asimismo de que si en el matrimonio no se sigue este juego las cosas, de puro sabidas, terminan por perder interés, ya que en ese estado al cabo de cierto tiempo el uno y el otro se conocen tan esencialmente que en el momento en que uno piensa cualquier cosas el otro por lo general está pensando esa misma cosa, y a veces hasta la dicen los dos simultáneamente ante el asombro de ambos, que siempre declaran: qué curioso, en eso mismo pensaba yo; sin que ninguno sepa de qué manera, pero en forma tal que los dos terminan por creer y en ocasiones hasta por estar seguros de que eso significa quererse, y uno y otro lo comentan y conversan del tema entusiasmados y todavía unos minutos después, cada quien por su lado, queda como reflexionando que sí, que efectivamente eso significa quererse.

      So,weiter geht’s: Hefte raus! Diktat! Dann übersetzen! Keine PM’s, keine heimlichen SMS unter der Bank! Letzte Chance, Spickzettel zu vernichten! Wer noch mal zum Klo muß, bitte jetzt! Rea und Helga, ihr setzt Euch bitte auseinander! Danke! Und Rolli lässt die Übersetzung verschwinden.. 🙂

      –El premio del concurso. El coche.
      –¡No! –dijo ella pensando esto hay que celebrarlo, voy a sacar hielo para el ron. Y creyéndolo más que nunca añadió:
      –No lo puedo creer.

      Contra su timidez, y más que nada contra el peligro de que su mujer sospechara que de veras se sentía escritor, él se atrevió a comentar:
      –Para mí lo importante es haber escrito el cuento y haberlo enviado al concurso aunque perdiera. El coche no me interesa.

      “¿Cómo?, ¿con la falta que nos hace?”, pensó ella. Y se imaginó a sí misma con el cuello envuelto en una bufanda de lana manejando por la avenida Reforma y diciendo adiós a sus conocidos con un despreocupado movimiento de la mano izquierda mientras con el rabo del ojo derecho vigilaba que todo fuera bien con la marcha.

      Pero nada más por seguir el mecanismo de la conversación propuso sin énfasis:
      –Pues si no lo quieres lo vendemos.

      –Bien sabes que no se trata de eso –dijo él–. Claro que lo quiero. Pero, ¿no te alegras? Fíjate, escribo el cuento casi sin ganas, únicamente por ver qué salía, como jugando, y me gano el premio. ¿A mí qué me importa el coche? Ahora me gustaría más poder escribir, bueno, leer, escribir.
      –Entonces déjamelo a mí –dijo ella. Y consideró en serio esa posibilidad, aunque en el mismo momento empezó a recordar que cuando se hallaba en la ventana de un edificio alto y miraba a la calle le daba miedo pensar lo que sentiría allá abajo el día que tuviera que manejar entre tantos coches que desde arriba se veían como moviéndose solos, como juguetes o como quién sabía qué.
      –Te repito –dijo él recibiendo cuidadosamente de manos de ella otra copa de ron con agua y hielo– que para mí el coche es lo de menos. Lo bueno es que ahora sí voy a escribir.
      –Claro que sí –dijo ella.
      –No quiero seguir toda la vida corrigiendo pruebas. Ni tú ni yo manejamos –agregó, como si de pronto descubriera este hecho y viendo fijamente sus zapatos nuevos.
      –Muy bien, muy bien, ni tú ni yo manejamos, ¿vamos a contratar un chofer? –afirmó ella dos veces y preguntó una, a sabiendas de que era tan obvio lo primero como absurdo lo segundo, y de que quizá la respuesta de su marido sería: “¿No se te ha ocurrido que podemos aprender?”, en tanto que él, mientras añadía un poco de ron a su copa porfiaba entusiasmado en que qué bueno que se había decidido y que ahora iba a escribir aunque no comieran y aunque a ella no le gustara.

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